Inteligencia artificial por Juan Carlos Sánchez.

 

Inteligencia artificial

¿Qué significa ser humano en un mundo donde las máquinas pueden imitar nuestras capacidades cognitivas? ¿Qué estamos dispuestos a delegar? ¿Hasta dónde vamos a permitir que los algoritmos decidan?

La inteligencia artificial (IA) ha dejado de ser una promesa para convertirse en un fenómeno que moldea en silencio, pero con fuerza, la forma en que vivimos, trabajamos, aprendemos y hasta nos relacionamos. Se ha infiltrado en lo cotidiano sin pedir permiso. La usamos para escribir correos, para obtener respuestas rápidas, para ver una serie que nos recomienda un algoritmo que conoce más de nuestros hábitos que nosotros mismos. Está en las aulas, en los quirófanos, en la industria, en el entretenimiento. Y, sin embargo, muchos aún la ven como algo lejano, como una tecnología del “futuro”. Pero el futuro ya llegó.

Lo verdaderamente relevante hoy no es tanto la capacidad técnica de la IA —que es impresionante—, sino el hecho de que nos está obligando a replantearnos preguntas fundamentales: ¿qué significa ser humano en un mundo donde las máquinas pueden imitar nuestras capacidades cognitivas? ¿Qué estamos dispuestos a delegar? ¿Hasta dónde vamos a permitir que los algoritmos decidan por nosotros?

No estamos frente a una simple innovación más. Estamos ante un cambio de paradigma. Y el riesgo más grande no es que la inteligencia artificial crezca sin control, sino que lo haga sin dirección ética.

La IA puede generar textos, imágenes, canciones. Puede diagnosticar enfermedades con altísima precisión. Puede anticipar decisiones de consumo, clasificar personas según sus patrones de comportamiento, aprender, adaptarse, responder. Pero no piensa. No siente. No duda. Y es justamente por eso que su valor —y su peligro— radica en lo que nosotros decidamos hacer con ella.

No tiene conciencia, pero amplifica las nuestras. No tiene alma, pero puede reflejar —y distorsionar— la nuestra. Porque la IA, más que una herramienta, se ha convertido en un espejo. Un espejo que nos devuelve una versión amplificada de nuestras decisiones, de nuestros sesgos, de nuestras prioridades.

Si se diseña desde valores humanos, puede ayudarnos a cerrar brechas, democratizar el conocimiento, mejorar la calidad de vida. Pero si se construye desde el miedo, el control o la rentabilidad desmedida, entonces puede convertirse en una tecnología que excluye, vigila y manipula.

El debate, por tanto, ya no puede reducirse a si la IA es buena o mala. La pregunta correcta es: ¿quién decide cómo se diseña, para qué se usa, a quién beneficia y a quién deja fuera? Porque detrás de cada algoritmo hay una intención humana, una lógica de poder, una elección ética (o su ausencia).

Y, en este punto, lo que verdaderamente importa no es cuánto pueda crecer la inteligencia artificial, sino cuánto estamos dispuestos a crecer como sociedad para convivir con ella. Si tenemos la madurez suficiente para establecer límites, para educar en su uso, para garantizar que no desplace lo más valioso de nuestra condición humana: la capacidad de empatizar, de equivocarnos, de crear con sentido, de decidir con conciencia.

A veces se habla del “infinito” en relación con la IA, como si fuera una fuerza autónoma que nos arrastra hacia un destino inevitable. Pero eso no es verdad. La IA no es un destino. Es una decisión. Una tecnología creada por humanos, entrenada por humanos, puesta al servicio —o en contra— de los humanos.

Por eso, este momento no exige sólo ingenieros brillantes o sistemas potentes. Exige filósofos, docentes, legisladores, artistas, madres, jóvenes, líderes… todos. Porque el desafío no es técnico: es ético, educativo, profundamente humano.

La IA no viene a reemplazarnos. Viene a preguntarnos quiénes queremos ser.

Y en esa pregunta reside su mayor poder.

La inteligencia artificial no siente, pero amplifica lo que somos. Puede ser nuestro reflejo más luminoso o la sombra de nuestras omisiones. No se trata de temerle. Se trata de comprenderla. Gobernarla. Y, sobre todo, no olvidar que lo verdaderamente infinito —cuando se ejerce con responsabilidad— es el poder de nuestra conciencia.

Con información de: https://www.excelsior.com.mx/opinion/juan-carlos-sanchez-magallan/inteligencia-artificial/1720904