La Última Cena de Leonardo: misterio, innovación y un legado que desafía el tiempo
Por: Inés Arroyo
En el refectorio del convento de Santa Maria delle Grazie, en Milán, un mural de casi nueve metros ha logrado sobrevivir a bombardeos, inundaciones y siglos de deterioro, y sigue sorprendiendo a quienes lo contemplan. La Última Cena, pintada por Leonardo da Vinci entre 1495 y 1498, no solo revolucionó la pintura religiosa, sino que encierra secretos que continúan despertando debate entre expertos y visitantes.
El encargo fue de Ludovico Sforza, duque de Milán, quien buscaba convertir el convento en un mausoleo familiar. Leonardo debía plasmar el momento en que Jesús anuncia la traición de uno de sus apóstoles durante la Pascua, un episodio que da origen al rito de la Eucaristía. La disposición de los personajes es extraordinaria: Jesús, en el centro y sin halo, conforma un triángulo que estructura toda la escena. Los apóstoles se agrupan en bloques de tres, mostrando emociones que van desde la ira hasta la calma, mientras Judas aparece aislado, con los símbolos de la traición. Algunos detalles, como la "V" entre Jesús y Juan, han llevado a especulaciones sobre la posible presencia de María Magdalena, aunque la interpretación sigue siendo discutida.
Leonardo rompió con la técnica tradicional del fresco al usar una mezcla de temple y óleo sobre yeso seco. Este método le permitió capturar sutilezas en las expresiones y matices que ningún fresco convencional ofrecía, aunque también hizo que la obra fuera extremadamente frágil. Desde su creación, la pintura sufrió deterioro: se abrieron puertas, el refectorio se usó como establo, hubo inundaciones y durante la Segunda Guerra Mundial un bombardeo destruyó el techo del edificio. Numerosas restauraciones intentaron salvar la obra, destacando la intervención de 1977 a 1999, dirigida por Pinin Brambilla Barcilon, que logró recuperar gran parte de su aspecto original.
El proceso creativo de Leonardo refleja su obsesión por el detalle y la perfección. Observó a personas reales para captar gestos y expresiones, creando una composición que combina armonía, simetría y emoción. Cada personaje parece vivir en el instante exacto de la traición anunciada por Jesús, lo que transforma la pintura en un espectáculo de intensidad humana. Incluso elementos menores, como los restos de anguilas en los platos, generan preguntas y añaden misterio a la obra.
A pesar de los daños acumulados y las formas hoy casi desvanecidas, La Última Cena sigue siendo un referente del Renacimiento, influyendo en artistas y estudiosos de todo el mundo. Más que un simple mural, es un testimonio de la genialidad de Leonardo y un recordatorio de que el arte puede desafiar el tiempo, provocar admiración y despertar reflexión, generación tras generación.