El reciente aumento vertiginoso en los precios de las acciones de empresas relacionadas con inteligencia artificial (IA) ha encendido las alarmas de economistas e inversionistas sobre la existencia de una posible burbuja financiera. Compañías como Nvidia, Microsoft y Alphabet han visto multiplicarse el valor de sus acciones entre dos y trece veces desde principios de 2023, mientras que el índice S&P 500, que agrupa a las principales empresas de Estados Unidos, creció apenas 1,8 veces en el mismo periodo.
Una burbuja se forma cuando el precio de un activo supera su valor fundamental, impulsado por expectativas subjetivas de los inversionistas. Algunos ven a la IA como una revolución tecnológica capaz de generar beneficios casi infinitos; otros la consideran un simple software complejo, mientras que los más sofisticados invierten a sabiendas del riesgo, con la esperanza de aprovechar la ola antes de que estalle. Este comportamiento recuerda la advertencia de Chuck Prince antes de la crisis de 2008: "Mientras suene la música, hay que levantarse y bailar".
Históricamente, los mercados han vivido episodios similares, como la burbuja puntocom de finales de los 90 y la crisis inmobiliaria de 2006. En ambos casos, la exageración de los precios provocó recesiones: la primera relativamente leve y la segunda catastrófica. La burbuja de IA comparte características con esos episodios, aunque con diferencias importantes, como la menor participación de los bancos comerciales en su financiamiento.
Los expertos identifican tres posibles escenarios ante el estallido de esta burbuja. En el escenario optimista, la inversión excesiva podría generar innovación útil, fortaleciendo la productividad y beneficiando a largo plazo a la sociedad, siempre que los gobiernos implementen regulaciones adecuadas. El escenario intermedio plantea una corrección del mercado que provoque una recesión breve pero dolorosa, similar a la que siguió al estallido puntocom en 2001. El peor escenario considera un colapso financiero más severo, aunque mitigado por la naturaleza de los activos de IA frente a los bienes raíces, y por la menor exposición bancaria.
Factores como la escasez de activos seguros, los bajos tipos de interés y enormes flujos de efectivo hacia las grandes tecnológicas han contribuido a inflar la burbuja. Además, muchas empresas financian sus inversiones en nuevos centros de datos con deuda, lo que aumenta la vulnerabilidad del sistema financiero ante un posible incumplimiento.
En definitiva, la vertiginosa expansión de la IA ofrece grandes oportunidades, pero también riesgos significativos. El desafío para inversionistas y reguladores será distinguir entre innovación real y sobrevaloración de mercado, para evitar que el entusiasmo tecnológico se convierta en un golpe económico de gran escala.